Cierras los ojos,
piensas, intentas conciliar el sueño... Fracasas. No hay nada peor que tener
vidas en tu conciencia pero elegiste esa forma de vivir. Eres consecuente con
lo que haces. Frio, calculador. Mides cada gesto, cada palabra... Abres los
ojos, observas, no existe nada por lo que merezca la pena luchar. Miras
fijamente al infinito y vuelves a cerrar los ojos, para esta vez, no abrirlos
jamás.
Era una tarde cualquiera
y la obsesión rondaba por mi mente con solo un único propósito. Volvía a
necesitarlo, la ansiedad se apoderaba de mi cuerpo. Era tal el placer que me
producía que no podía vivir sin él, aunque eso me llevase a tener las más
grandes de las discusiones con mi conciencia. Mientras mi mente vagaba a través
de los recuerdos apareció posándose ante mí con una amplia sonrisa amoratada
que cubría gran parte de su rostro. Traía entre sus manos mi almuerzo, demasiado
tarde para almorzar, pensé, aunque intente reprimir mis instintos y por última
vez callé. El día pasó sin más imprevistos. Era un día tranquilo, sereno y
demasiado relajado a mi gusto. Sentado en el sofá volví a sentir esa ansiedad, volví
a palpar las ganas de pegar, entonces, apareció ella con mi cuaderno de trabajo
medio roto entre sus manos y acompañada de una mirada horrorizada, asustada por
las consecuencias que aquello pudiese acarrear. La obsesión, las ansias,
volvieron a inundar mi ser, me estaba volviendo loco, gritaba, amenazaba
incluso lagrimas cayeron por mi rostro momentáneamente. Ella cada vez mas
atemorizada me miraba, casi rondaba la desesperación.
Agobio, necesidad,
sobre todo necesidad.
No me pude contener
más, di dos pasos al frente mientras ella, indefensa, intentaba protegerse con
sus delicados brazos. La mire fijamente mientras introducía mi mano en la goma
del pantalón y sin pensarlo dos veces con la ironía inundando mi rostro y una
sonrisa bastante serena, apreté el gatillo. De nuevo el placer me sació
mientras que la sangre derramaba su pecho.
Sus ilusiones se quedaron
como un libro en blanco, vacío y sin dueño.
Al paso del tiempo te
has sentido culpable, miles de veces has vuelto a sentir esa necesidad y otras
tantas la has vuelto a saciar. La conciencia siempre te ha fallado. Una vez más,
la muerte rondo por tu pensamiento, una vez más acabaste saciando el placer,
decidiste poner el punto y final cerrando tus ojos para nunca jamás atreverte a
mirar la realidad.
Post mortem nihil, ipsaque mors nihil.

no sabía que tenías esta faceta, pero me ha sorprendido = )
ResponderEliminar